¡NO ESTOY DE ACUERDO CON LA GESTIÓN DE TODOS LOS PARTIDOS POLÍTICOS ACTUALES! ¡TAMPOCO DE LOS SINDICATOS!
Es mi forma de plantear ,mi disgusto personal por lo que está pasando.
Cuando no se confía en nuestros representantes solo queda el derecho a la libertad de expresión que ganó mi generación cuando escribir ¡Libertad! en una pared podía suponer una noche en Comisaría.
Cuando no se confía en nuestros representantes solo queda el derecho a la libertad de expresión que ganó mi generación cuando escribir ¡Libertad! en una pared podía suponer una noche en Comisaría.
Comentarios
Hala, yo también me he desahogado.
Sólo hay una manera de que volvamos a creer y de superar esta crisis: Señores políticos hagan una reducción de su sueldo a 20.000€ al año...
Silvia Guzmán Morales
Paso a menudo por la carrera de San Jerónimo, caminando por la acera opuesta a las Cortes, y a veces coincido con la salida de los diputados del Congreso. Hay coches oficiales con sus conductores y escoltas, periodistas dando los últimos canutazos junto a la verja, y un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados ellos y peripuestas ellas, saliendo del recinto con los aires que pueden ustedes imaginar. No identifico a casi ninguno, y apenas veo los telediarios; pero al pájaro se le conoce por la cagada. Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de España, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando líneas maestras de la política nacional y periférica. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos. Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte. Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las nueve de la mañana, o buscar curro fuera de la protección del partido político al que se afiliaron sabiamente desde jovencitos. Sin miedo a la cola del paro. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada ocasión, cuando me cruzo con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimento un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo, como digo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera de ellos y ciscarme en su puta madre.