El nivel de evidencia científica y éxito clínico del ejercicio físico como terapia, es de tal magnitud, que si fuera un medicamento, sería el descubrimiento del siglo
El sedentarismo es una novedad en nuestra especie, ya que
los cambios en el genoma (evolución), se han efectuado en medio de una intensa
actividad física como cazadores. La adaptación a este brusco cambio (brusquedad
extrema en términos evolutivos), aún no se ha hecho y, probablemente, nunca se
haga. El genoma humano ha sido programado, a través de la evolución, para la
actividad física, por tanto, la inactividad no afecta a un órgano o sistema en particular, sino a todo
nuestro organismo.
Como agente complementario de la terapia en
muchas enfermedades varía, desde ser un medio leve de mejoría, hasta constituirse
como el principal agente terapéutico, como ocurre en la diabetes 2. La
actividad física, por otro lado, aumenta las HDL y, en algunas personas,
disminuye las LDL. Puede disminuir las cifras de tensión arterial, reduce la
resistencia a la insulina e influye en la función cardiovascular
favorablemente. Por ello, el ATP III recomienda que la actividad física se
convierta en un componente rutinario en el control de la hipercolesterolemia
(Adult Treatment Panel III, 2001).
En el tratamiento del cáncer se
está produciendo una auténtica revolución, cuyo resultado es la supervivencia
de pacientes con mayor esperanza de vida, aunque con peor calidad y mayores
probabilidades de comorbilidad. En este sentido, la enseñanza de la práctica
deportiva regular y adecuada se convierte en un factor de creciente interés en
las consultas de los hospitales en los que se debe promover no solo el
tratamiento en la fase aguda de la enfermedad, sino la prevención secundaria y
una mejor calidad de vida. Galvao DA and Newton RU, recientemente han publicado
una revisión de 26 trabajos publicados relacionando el ejercicio físico y
distintos tipos de cáncer y han encontrado suficientes evidencias como para
considerar la actividad física como una terapia complementaria que, en algunos
casos, puede incluso contrarrestar algunos efectos secundarios del tratamiento
convencional (Galvao DA and Newton RU, 2005). En la actualidad la actividad física se incluye, como uno de los
factores más importantes dentro de los hábitos de vida saludable necesarios
para el manejo de la hipertensión (Elmer PJ et al 2006). Mientras tanto,
algunos clínicos emplean yoga y actividad física aerobia como tratamiento
complementario en pacientes con ELA, encontrando mejorías claras en parámetros
físicos como la fatiga, aunque no en los cognitivos (Oken BS et al., 2004).
Por otro lado, muchos individuos
con fibromialgia son sedentarios y sus niveles de capacidad cardiorrespiratoria
están en niveles inferiores a la media. El dolor, la fatiga y la depresión
también contribuyen a llevar un tipo de vida sedentario y por consiguiente a
tener poca capacidad física. Este difícil círculo vicioso de cansancio, baja
actividad, más dolor y más cansancio, se puede vencer, justamente con ejercicio
planificado e individualizado.
En otro tipo de enfermedades
graves, sabemos que el ejercicio reduce la activación de la microglía en
ratones de edad (Kohman et al., 2012), y minimiza la activación tanto de los
astrocitos y microglia en modelos de ratón de AD (Leem et al., 2011; Nichol et
al., 2008). Por lo tanto, es posible que un ejercicio moderado efectuado de
forma regular mantenga la activación de la glía dentro de un rango saludable,
que puede estar contribuyendo a la incidencia reducida de la enfermedad del
cerebro en las personas que hacen ejercicio regularmente.
Por otra parte, se sigue
investigando el tipo de ejercicio específico que induce más, estos cambios y,
en este sentido, sabemos que el ejercicio aeróbico, como por ejemplo correr,
tiene efectos positivos en la estructura y funcionalidad del cerebro,
aumentando los procesos de neurogénesis (proceso por el cual se generan nuevas
neuronas a partir de células madre y células progenitoras) en el hipocampo
adulto, así como los mecanismo de aprendizaje. Sin embargo, no está tan claro
si el ejercicio interválico de alta intensidad (HIIT) y el ejercicio de fuerza
producen los mismos efectos sobre el hipocampo adulto.
Todavía existen pocas
investigaciones que hayan evaluado la respuesta a la prescripción de
diferentes modelos de actividad física,
especialmente en personas con enfermedades crónicas. Hay que tener en cuenta que las recomendaciones de actividad
física para promocionar la salud y prevenir enfermedades no son válidas, en
muchos casos, en el tratamiento de las mismas patologías. Se ha observado que
entrenar tres veces al día 10 min al 60% del VO2máx produce un control de la
glucemia mejor que cuando se entrena una vez al día durante 30 min. En esta
línea de trabajo, se ha visto que los pacientes postinfartados con
insuficiencia cardiaca obtienen mayores beneficios cuando realizan
entrenamiento interválico, al 90-95% de la FC máxima, que cuando el ejercicio
es continuo al 70%.
Así, podríamos seguir con
numerosas patologías, en las cuales el ejercicio físico es un complemento
terapéutico esencial, sin efectos secundarios y capaz de mejorar, no solo la
cantidad, sino la calidad de vida. Esta ha sido la aportación del estudio,
durante años, del deporte de elevada exigencia por parte de los especialistas
en medicina del deporte.
Lo dicho en el enunciado: El
nivel de evidencia científica y éxito clínico del ejercicio físico como
terapia, es de tal magnitud, que si fuera un medicamento, sería el
descubrimiento del siglo y los médicos del deporte, sus descubridores.
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