Más prevención y más coraje
Comentaba a una persona conocida que
iba a someterse a una exploración médica, que el riesgo que implicaba era, en
términos estadísticos, mucho menor que el de tener un accidente de tráfico en
el trayecto al hospital. Cuando se lo explicaba me decía, confirmándome que lo
entendía, que también sabía que era mucho más seguro volar que ir en tren y
mucho más que en coche y, aún así, tenía bastante miedo a la hora de ir en
avión.
No somos buenos manejándonos en temas
abstractos en los que no hemos tenido experiencia propia que nos permita
predecir con cierta confianza. Los economistas nos lo dicen a la hora de
entender cómo es posible que sean tan exitosos los libros que nos explican que
para tener éxito en los negocios, por ejemplo, hay que ser trabajador y
arriesgarse. Mi pregunta es: ¿Y los que fracasan? ¿Acaso no eran igual de
trabajadores y arriesgados? Predecir el futuro es muy nuestro, como especie, pero nuestra evolución nos ha preparado para predecir si en una zona determinada suelen haber leones, no para identificar sucesos extraordinarios (como el atentado en Nueva York).
Los políticos son muy favorables a
caer en esos procesos mentales poco racionales. Llegan al poder con multitud de
buenas y sensatas ideas, pero en poco tiempo se ven arrollados por la presión
de los medios y de las asociaciones influyentes. Algunos ejemplos los tenemos
en el éxito que tienen enfermedades con más impacto mediático que real, en el
presupuesto dedicado a la investigación y al tratamiento. Esos factores
irracionales y de presión pública son los que justifican que se haya dedicado
más dinero a la lucha contra el SIDA que contra las enfermedades cardiovasculares, aún siendo, éstas últimas, muchísimo más costosas y prevalentes a medio plazo.
Estamos más dispuestos a darle unos euros a un mendigo en nuestra calle, que a una organización que trata de evitar que mueran centenares de niños en un país lejano y desconocido. Es nuestra especie, somos así.
Consideramos que el costo económico
de la violencia armada, terrorismo y guerras debe ser enorme, pero si miramos las
cifras reales, el costo de las enfermedades derivadas del tabaquismo y de la
obesidad es de 2,9% del PIB en las tres, es decir, están al mismo nivel. Sin
embargo, ninguno dudamos en insistirle a los políticos que gasten en evitar el
terrorismo o la violencia armada, pero no hacemos lo mismo en prevenir la
obesidad o el tabaquismo.
Las enfermedades mentales son otro
gran paradigma. Los trastornos mentales y las
enfermedades neurológicas suponen un gasto de 84.000 millones de euros
anuales para España, y no se atiende a los enfermos adecuadamente, lo que
si se hiciera, dispararía la cifra a más del doble. Pero, claro, la enfermedad
mental no preocupa porque está escondida. Los enfermos no van a votar apenas y
los familiares están devastados y ocultos por el estigma. No tienen buena imágen, no salen en las noticias con caras risueñas y figuras empáticas. Todo lo contrario, los medios confunden el lenguaje y emplean términos de enfermedad como locura para insultar o para comentar conductas antisociales y violentas.
Una combinación exitosa
en prevención y tratamiento de la enfermedad mental supone incrementar no solo
la atención al paciente agudo, sino ayudar a la familia, intervenir en la
rehabilitación y asegurar un trabajo protegido y viviendas tuteladas. Con ello
disminuiríamos el terrible dato de futuro en que se considera que las
enfermedades mentales pueden llevarse más del 4% del PIB en países como el nuestro. Aquí más que
en ninguna otra enfermedad, invertir en prevención es ahorrar y mejorar la
salud a la vez. Pero ¡ojo!, eso exige valentía a nivel político, porque la
presión social y mediática es muy baja en comparación con las estrellas de los
medios (virus Zika, hepatitis C, enfermedades raras etc). No es que haya que
desatender esas enfermedades, solo se trata de ser racionales y aplicar lo que
opinan expertos.
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