Buscando recompensas

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Un grupo de cazadores persigue una presa a lo largo de interminables horas de cazería. Todos participan siguiendo el rastro a ratos andando, a ratos corriendo. Tras horas de esfuerzo a pleno sol, el más apto, "el corredor", da caza finalmente al animal que yace exhausto, agotado por la persecución y por el calor que le impide huir. Vuelven al poblado en donde le espera al "corredor" la recompensa de una tribu agradecida que le ensalzará, una vez más, por sus dotes físicas y su entrega al bien común. La satisfacción es máxima, aunándose las endorfinas segregadas por el intenso esfuerzo a la sensación de reconocimiento tribal y las miradas sensuales de las jóvenes en edad de procrear. Al día siguiente el chamán empleará unas hierbas secretas en una ceremonia de agradecimiento a los espíritus de la naturaleza que les han bendecido con carne y frutos para vivir semanas en la extrema dificultad de sobrevivir a depredadores y de cazar a sus presas. Será una ceremonia en donde utilizará sabiamente hierbas capaces de provocar sensaciones únicas de unión con la naturaleza, con los animales, con el cielo inmenso y fascinante. Todos participarán y todos unidos crearán, por unas horas, nuevas sensaciones plenas de creación y espiritualidad. 


Son las siete de la mañana de un viernes y me encuentro llegando al trabajo en mi bicicleta. Me cruzo con un grupo de jóvenes que ayudan a una chica que apenas puede mantenerse en pié. Me vociferan algo referente a mi imágen, pero apenas puedo entenderlos, el alcohol disminuye sus reflejos y altera hasta su vocalizacón. La ciudad de más de cuatrocientos mil habitantes es una tribu muy grande como para conocernos, en realidad, ni siquiera nos saludamos. Los jóvenes no encuentran recompensa en las endorfinas, y sus relaciones no pasan por el reconocimiento y la ceremonia de iniciación, no hay chamán poderoso, ni autoridad moral a la que seguir. Todos llegamos a un lugar de trabajo hostil, donde apenas sentimos espíritu de grupo, sino más bien competición de codazos. Nuestros jefes no los hemos elegido por su altruismo, empleando sus dotes físicas como cazadores, más bien son fruto de la intriga y de la ambición. El corredor de la tribu juega en un equipo de fútbol y es una estrella millonaria, el jefe es un político corrupto y el chamán no posee autoridad moral alguna.



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