Y qué decir de nuestra madre España, este país de todos los demonios
Aunque el deporte, como práctica
reglamentada, es muy antiguo (existen utensilios y estructuras que
sugieren que los chinos realizaron actividades deportivas ya en el año
4000 a. C,), su práctica generalizada en amplias capas de la
población, es muy moderna. De hecho, el deporte profesional era minoritario
hace tan solo cuarenta años, e incluso permanece, hoy día, confinado a los
países plenamente desarrollados. Aún recuerdo la preparación del plan ADO, que
se creó para dotar de recursos económicos a deportistas españoles que podían
ser medallas en Barcelona-92 (como finalmente ocurrió).
Durante la guerra fría, el
deporte era “cuestión de Estado” en los países de la órbita soviética, ya que
se le utilizaba como arma propagandística de primer orden. Recuerdo en mi
estancia en Colonia (Alemania) en la
Deutsche Sporthochschule, que al preguntarle a los responsables de los
nadadores alemanes de la zona occidental por el gran nivel de sus homólogos
orientales, siempre nos respondían que para un joven de Alemania del Este, la
única forma de viajar y tener un estatus alto era ganar en el deporte, mientras
que para un occidental era una faceta más de su vida de adolescente. Era
lógico, por tanto, que la aplicación del método científico a la práctica deportiva,
naciera en éstos países, siendo Matveiev el máximo exponente al crear el
concepto de la periodización del entrenamiento. Años después, Platonov, siendo
Rector de la Universidad de Kiev, consintió en venir a España en el marco de la
idea que puso Fernando Sánchez Bañuelos de utilizar la Olimpiada de Barcelona
para subir el nivel de todos los entrenadores españoles del momento. Como
miembro del grupo del plan ADO que preparó la Olimpíada de Barcelona, tuve la
fortuna de conocer y aprender de personas como Tudor Bompa (actual profesor
Emérito de la Universidad de York en Toronto), uno de los revolucionarios de la
teoría del entrenamiento, con el que estuve una semana en Madrid. De Platonov,
a quien invité a dar una conferencia en Murcia y con el que estuve varios días
(por cierto, recuerdo que solo hablábamos de entrenamiento, tenía extremo
cuidado en tocar temas políticos, recordemos que entonces Ucrania pertenecía a
la URRSS). De Astrand, a quien también invité a unas Jornadas que organizamos
en el recién inaugurado (por cierto, por la Infanta Cristina) Centro de Alto
Rendimiento en Los Alcázares (con esa pretensión se puso en marcha, hasta caer
posteriormente a la tercera división en la que actualmente milita).
Eran épocas en las que los
entrenadores se formaban en un Instituto (INEF) alejado de las enseñanzas
universitarias. La gimnasia (así se llamaba) se impartía en los Colegios en el
horario en que el resto de profesores no querían dar clase, es decir, después de
comer. Bahamontes ganaba un Tour de Francia comiéndose un bocadillo de jamón
como avituallamiento, y Manolo Santana ganaba en Wimbledon jugando un tenis
puro de fantasía y genio personal.
No existía la formación de
especialidad en medicina del deporte (yo me tuve que formar en Estrasburgo,
haciendo caso omiso de todos mis colegas que me insistían en que me formara en
el MIR de traumatología y luego me dedicara al deporte como afición). De hecho,
el médico español reconocido en la medicina del deporte internacional era un
traumatólogo catalán llamado Cabot (aún recuerdo al miembro del tribunal que me
examinó en la Universidad Louis Pasteur preguntándome por Cabot, como si todos
los españoles tuviéramos que conocerle).
¿Ciencias del deporte? Entonces
el deporte se hacía de parte de los que tenían tiempo de sobra, contaban con
cualidades innatas geniales y estaban dispuestos a perder parte de su tiempo universitario,
ejercitándose en entrenamientos basados en tablas copiadas de atletas extranjeros,
utilizando zapatillas de clavos (Adidas) encargadas a algún emigrante español,
ya que las que se vendían en España eran las Mates (nada que ver con las Puma o
las Adidas de entonces). Sobra decir que los estudios biomédicos consistían en
un electrocardiograma que se hacía en el Consejo Superior de Deportes a los
competidores en las distintas selecciones de España por el equipo de Silvio
Rubio (médicos de otras especialidades que estaban en el CSD por las tardes con
el único material del ya mencionado electrocardiógrafo).
La Olimpíada de Barcelona supuso
el gran salto hacia delante, al aprovechar todo el potencial humano de nuestro
país trayendo a entrenadores extranjeros, dándole carácter universitario a los
INEF y creando las escuelas de especialidad de Medicina de la E.F. y el
Deporte. Nacieron las ciencias del deporte en España, y quiero insistir en esa
denominación “ciencias del deporte”, ya que mediante la aplicación del método
científico, aplicamos el test de las dos distancias en natación, elaboramos el
Manual Eurofit de test de campo, preparamos con pulsómetros las primeras contrarreloj
en ciclismo, salimos las primeras promociones de “doctores” con tesis
realizadas con estudios en deportistas, publicamos las primeras investigaciones
en fisiología del ejercicio en revistas internacionales etc etc. Creamos la
Federación Española de Medicina del Deporte (FEMEDE), cuyo tercer congreso se
realizó en Murcia, asumiendo personalmente la Vicepresidencia. Se pusieron en
marcha las Escuelas de especialidad en Medicina del Deporte, se realizaron
multitud de Congresos y España pasó a estar considerada a nivel internacional.
Nuestros deportistas ganaban y no solo por su genialidad genética, sino porque
los entrenamientos se planificaban, contaban con la adecuada supervisión de la
medicina del deporte y tenían el soporte nutricional y las ayudas ergogénicas
administradas por un pequeño grupo de especialistas formados a nivel
internacional.
Pues bien, con todo ese bagaje
intelectual y experimental, tras treinta años de ayudar a llevar a este país a
la élite en esas “ciencias del deporte”, me quedaba conocer la triste realidad
de ver como decenas de deportistas entrenan “por sensaciones”, consideran que
las ayudas ergogénicas son sustancias raras que utilizan en los gimnasios o que
se toman los ciclistas profesionales y piensan que los test de esfuerzo son una
rareza aplicada a los deportistas de élite. Colegas de profesión incapaces de
ser intrusos en una especialidad que no sea la suya, no tienen inconveniente en
dar consejos específicos a deportistas etc etc.
Tristes tiempos en mi experiencia
profesional cuando veo que una especialidad de primer orden en la prevención y,
por tanto, en el ahorro sanitario, pasa a ser liquidada del mapa regional. Es
indignante que no aprendamos nada en este triste país (y en esta Región de
caciques, no digamos…).
Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno
sino un estado místico del hombre,
¿la absolución final de nuestra historia?
De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.
Nuestra famosa inmemorial
pobreza,
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.
.
A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo ha pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.
.
Quiero creer que nuestro mal
gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
debe y puede salir de la pobreza,
que es tiempo, aún para cambiar su historia
antes que se la llevan los demonios.
Porque quiero creer que no hay demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia,
son hombres quienes han vendido al hombre,
los que han convertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.
Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea del hombre el dueño de su historia.
Jaime Gil de Biedma, de Moralidades
(1966)
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