Primavera y alergia




Estamos en el comienzo de una primavera dura para las personas con alergia a los pólenes, la más frecuente. Las manifestaciones clínicas de esta alergia, son diversas, pero es muy común que sean estornudos y lagrimeo (rinitis y conjuntivitis, es decir, inflamación de la mucosa nasal y conjuntiva). Acabo de emplear, intencionadamente, la palabra inflamación, ya que en esta enfermedad hay dos cosas que son fundamentales, la reacción frente a una sustancia (generalmente inocua, como el polen) confundiéndola con una agente peligroso al que combatir, y la inflamación, que es la manera de atacar a esa supuesta sustancia perjudicial, y no es un hecho baladí, ya que se calcula que en la actualidad, más de un tercio de la población mundial presenta alguna enfermedad de origen alérgico.


¿Por qué la alergia en este momento de nuestra historia?


Hay muchos intentos de explicarlo, y todos ellos relacionan estas enfermedades con dos factores típicos de nuestra civilización, la excesiva “limpieza” en la que vivimos en los países desarrollados (ausente de parásitos y lucha contra patógenos externos) y la presencia de contaminantes “nuevos” como los metales pesados procedentes de industrias, humo de coches etc. Recientemente, se ha constatado que los niños que se crían con mascotas tienen menos tendencia a desarrollar alergia al pelo de estos animales (muy frecuente), si se exponen en el primer año de vida. 


Una inmunóloga francesa, nacida en La Seyne en 1947, (Polly Matzinger) desarrolló en 2002 la llamada “teoría del daño”, en la que se propone que las células normales de todos los tejidos del organismo, cuando sufren un estrés envían una señal que ella denomina de “peligro” o “alarma” o “señal cero” que sirven para activar a las células presentadoras de antígenos (CPA), asumiendo entonces que estas células no son capaces “per se” de enviar señales coestimulatorias, sino que necesitan ser activadas por la “señal de peligro”. Para llegar a enfrentarse a los modelos “tradicionales” de la inmunología, pasó por unos avatares sumamente curiosos. A los 27 años trabajaba como camarera en Denver (camarera en un club PlayBoy, con sus orejitas y todo…). Parece que iban muchos biólogos de la Universidad de California en aquélla época, porque se interesó por la Biología hasta el punto de convertirse en una apasionada (junto al jazz y el adiestramiento de perros).  Polly Celine Eveline Matzinger es actualmente Jefe de la Sección del Laboratorio de Inmunología Celular y Molecular del Instituto Nacional de Salud de Bethesda.


Un día, mientras estaba con su perro en el campo, observó su reacción al balido de un rebaño de ovejas y fue a ver qué pasaba. El perro había reaccionado ante una señal de peligro (los balidos) sin llegar a detectar él mismo dicha presencia. Polly pensó que nuestras células inmunes puede que no tuvieran que “ver” el peligro, sino tan solo recibir las señales. La inmunidad innata no se basaría en reconocer antígenos “no propios”, sino en percibir señales de peligro en el microambiente tisular, que es lo que llevaría a la maduración de células dendríticas y el consiguiente inicio de la respuesta inmunitaria primaria. La alarma saltaría cuando se detectan señales de peligro (patrones moleculares asociados al peligro). Cada tejido dispondría de un servicio de vigilancia que detectaría esa violencia y activaría señales que dispararían la inflamación. 


Inflamación, nuevamente esa palabra… En este momento hay muchas cosas que la favorecen. Ya he hablado en otras ocasiones de la llamada inflamación de bajo grado relacionada con muchas patologías de enorme prevalencia actualmente. La formación de eicosanoides (moléculas involucradas en las redes de comunicación celular más complejas del organismo), varía según el ácido graso tomado en la dieta. Nuestra dieta actual está fuertemente desequilibrada en base a los ácidos grasos n6 frente a los n3 y eso implica la formación de señalizadores fuertemente proinflamatorios.  


Tres factores son los que agravan el componente reactivo que termina generando la reacción alérgica, y los tres se relacionan, lógicamente, con nuestra reacción inmunológica defensiva. De un lado la presencia de contaminación y la ausencia de agentes patógenos frecuentes (suciedad, alimentos contaminados con tierra etc). De otro, una alteración en nuestra frontera natural (el tubo digestivo), cambiando nuestra flora intestinal y, finalmente, un estado general proinflamatorio.

Todos estos factores hay que tenerlos en cuenta si queremos presentar una batalla seria y ganarle la guerra a la alergia, de otro modo, estaremos tomando fármacos de por vida.


Como puede interpretar el lector, le voy llevando de forma directa al tratamiento basado en la medicina evolutiva, ya que nuestra biología está preparada para detectar “auténticas” señales de daño (y no constantes alarmas provocadas por un cerebro alterado por el estrés mal dirigido), enfrentándose a enemigos “reales” y desarrollando un fenómeno inflamatorio agudo (no crónico). 


Pues bien, en este sentido, es capital entender qué es lo que pasa en nuestras fronteras para comprender por qué nuestro ejército reacciona de forma tan desproporcionada. Nuestro sistema inmunológico se entrena combatiendo en nuestro tubo digestivo, lugar en donde hacemos alianzas con millones de posibles enemigos (bacterias saprofitas), pues bien, nuestro conocimiento más reciente y el próximo gran avance de la medicina, es entender lo que pasa en nuestros intestinos y, en ello, la dieta tiene muchísimo que ver. Aunque la relevancia clínica de este campo inicialmente puede parecer enigmática para la práctica clínica, existe una creciente conciencia del papel que juega la microbiota comensal en la salud y la enfermedad de los seres humanos. Es probable que en un corto plazo, el conocimiento de los conceptos básicos sobre las interacciones entre los seres humanos y su microbioma sea tan importante para los conceptos médicos como lo es el conocimiento de la genética o la teoría del germen. 


El término microbioma se refiere al número total de microorganismos y su material genético y se usa en contraposición al término microbiota, que es la población microbiana presente en los diferentes ecosistemas del cuerpo.


Seguiré en un próximo artículo esta exposición sobre cómo enfrentarnos con éxito con las enfermedades alérgicas, pero adelanto que será cambiando nuestra dieta para conseguir un contenido bacteriano intestinal favorable, aumentando el aporte de ácidos grasos n3, mejorando nuestra respuesta al estrés (desviándola hacia el esfuerzo físico y no hacia nosotros mismos) y cambiando la forma de entender lo que es “sano” para nuestros hijos. Mientras tanto, los alérgicos pueden ir disminuyendo síntomas tomando infusiones de Rooibos. Deberán mantener la medicación pero al mismo tiempo iremos cambiando hábitos hasta conseguir controlar esos síntomas tan desagradables.

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