Más sobre los Omega-3
Hace algún tiempo que vengo
comentando, tanto en el blog, como en diversos foros, la trascendencia del
ácido graso docosahexaenoico (DHA) tanto desde el punto de vista de estudios en
fisiología, como en su aplicación práctica en patologías como la cardiopatía
isquémica.
No obstante, últimamente se
vienen publicando meta-análisis contradictorios sobre los resultados en
pacientes publicados en diferentes estudios, lo que ha llevado a la sociedad
norteamericana de cardiología a no incluir estos tratamientos en sus guías
terapéuticas, recomendando tan solo los ácidos grasos omega-3 de pescado o
cápsulas de aceite (1 g/día) para la reducción del riesgo de enfermedad
cardiovascular en prevención secundaria -la Sociedad Europea de Cardiología
recomienda simplemente, tomar pescado al menos dos veces a la semana (una de ellas,
pescado azul)-.
Este hecho choca frontalmente con
los estudios epidemiológicos, en los que se ha encontrado que la suplementación
con aceite de pescado 1 g/día también se asocia a una reducción de la
mortalidad total en un 14%, resultando una disminución del 26% del riesgo de muerte
súbita. Estos beneficios se corroboraron en un estudio en el que fueron
reclutadas 91.981 mujeres entre 34 y 59 años. Esto es muy relevante, ya que pocas
intervenciones médicas reducen la mortalidad total de una manera tan prolongada.
En un excelente artículo, von
Schacky (http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3942733/)
responde a esa contradicción identificando varios factores:
1) Las
encuestas nutricionales no proporcionan, en general, datos válidos, lo que
puede explicar por qué se ha visto que la relación EPA + DHA en la dieta comparada
con la encontrada en pacientes con eventos clínicos adversos, es
proporcionalmente menor que la relación de los niveles de ambos ácidos grasos
medidos en sangre, frente a esos mismos eventos.
2) Las
fuentes de estos ácidos grasos se han desconsiderado, minusvalorando la
biodisponibilidad, lo que ha sembrado de confusión los resultados obtenidos con
ésteres etílicos, triglicéridos y lípidos estructurados, fosfolípidos etc
3) La
metodología apenas ha respetado los tiempos de modificación de membrana que se
conocen en la literatura (ver figura).
Diversos trabajos manifiestan que el pescado se comporta como
un vehículo más eficiente en términos de biodisponibilidad, además de
proporcionar proteínas de elevado valor biológico y oligoelementos como yodo y
selenio. Por otro lado, sabemos que los beneficios asociados a reducir la
mortalidad cardiaca y en concreto la muerte súbita, están relacionados con la
incorporación de EPA y DHA en los fosfolípidos de la membrana de los
cardiomiocitos. En este sentido es relevante considerar que la grasa de los eritrocitos
se compone casi exclusivamente de fosfolípidos y la composición de ácidos
grasos de los eritrocitos refleja la composición del tejido graso, por eso, en
2004, se definió el Índice Omega-3 como un factor de riesgo de muerte súbita
cardíaca, creándose un procedimiento analítico específico y estandarizado en el
campo de la química clínica. A este respecto, se ha establecido un índice
relacionado con la biodisponibilidad de EPA y DHA que puede ser utilizado como
un indicador de ingesta de Omega-3. Este método se basa en el hecho, que ya he
mencionado, de que la membrana de los eritrocitos refleja el contenido de
Omega-3 de la membrana cardíaca. Este índice, que relaciona el porcentaje de
EPA+DHA del total de ácidos grasos en los eritrocitos y riesgo de muerte por
enfermedad cardiovascular (ECV), estratifica el riesgo en tres grados: riesgo
bajo, medio y elevado, y aplicando el Índice omega-3, a los diferentes estudios
realizados en los que se relacionaba el contenido en plasma de Omega-3 con el
riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular, epidemiológicos, en ensayos
clínicos controlados aleatorizados y estudios de prevención secundaria y
tomando como base estos estudios y el publicado previamente en 2004, se
establece un valor diana de Índice omega 3 mayor de 8% asociado con el más bajo
riesgo de muerte por ECV y de menor del 4% con el de mayor riesgo.
Este es un blog dedicado a la
nutrición y deporte, por lo que, en principio, todos estos datos no serían
relevantes en nuestro campo, pero eso sucedería si no tuviéramos en cuenta que
la acción de los Omega-3 tiene muchas caras debido a que su aplicación se
produce al cambiar las características físico-químicas del fosfolípido de la
membrana celular (de todas ellas…), lo que afecta, como demostramos nosotros en
varios estudios con ciclistas, al propio rendimiento deportivo.
Cuando empezamos a estudiar el
DHA vimos varias cosas. Por un lado, observamos (y estaba referenciado en la
literatura médica) que si dábamos EPA no necesariamente incrementábamos DHA,
mientras que si dábamos DHA, obteníamos un aumento de EPA. Esto parece poco
relevante, pero es prácticamente desconocido por quienes se empeñan en
adjudicar cifras de contenido de EPA/DHA para justificar actuaciones diferentes
(se supone que EPA es más activo frente a la inflamación…). Por otro lado,
estudiamos absorción en membrana de hematíe y vimos, con sorpresa, que era algo
que no habían hecho los investigadores que habían empleado Omega-3 en sus
estudios. Finalmente, el propio Michael Crawford, mediante una sencillísima
operación, me demostró que las marcas comerciales de Omega-3 rozaban el descaro
y la sinvergonzonería adjudicando las propiedades genéricas de los Omega-3 a
sus marcas muchas veces de pésima calidad. En un gesto que he comentado muchas
veces, cuando le pregunté en mi despacho acerca de este tema, cogió una de las
cápsulas que tenía en el bote de investigación, la rompió en la boca y paladeó
en su garganta el contenido, diciéndome que si picaba, es que estaba oxidado
(dentro de la propia cápsula), cosa que ocurría muy a menudo en sus prácticas,
según me comentó. Por delicadeza hice lo mismo y sobra decir que me estropeó el
día (estaba en perfecto estado, pero el sabor era tan fuertemente a pescado que
me dejó listo para papeles para el resto del día).
Como corolario a todo lo
anterior, la cuestión de los Omega-3 se podría simplificar de la siguiente
manera:
1) Que
no sean concluyentes los metaanálisis sobre las investigaciones solo refleja
que hay que unificar métodos (el uso del índice de Omega-3 probablemente sea
muy favorable para cambiar esto). Mientras tanto, hay que tener en cuenta que
los datos epidemiológicos son muy significativos
2) Que
la importancia del DHA ligada a nuestra evolución es incuestionable (para
expandir el cerebro y darle más sofisticación, hacía falta un ácido graso con
las características físico-químicas del DHA que lo ingeríamos de peces y
crustáceos que consumían las hembras gestantes de nuestra especie).
3) Que
la ingesta de pescado azul y marisco es la fuente idónea, aunque la
contaminación por metales pesados sea un factor a tener en cuenta.
4) Si
se opta por tomar suplementos, es indiscutible que lo que hay que tomar es,
fundamentalmente DHA y en la forma más biodisponible posible (y demostrada).
Eso excluye el marketing, por muy bien hecho que esté y por muy razonable y de
sentido común que nos lo pongan. La marca, una vez más, en estos productos no
sometidos a control farmacológico, es fundamental.
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