Rompiendo una lanza por la inteligencia corporal o motora de los deportistas de élite
El mito del cerebro
privilegiado de científicos y artistas, pero no de los deportistas
Nuestra
civilización tiene contradicciones curiosas y mitos muy interiorizados que
habría que superar. Nos encontramos con el hecho de que determinadas
profesiones son muy gratificadas a nivel económico (lo que en una sociedad como
la nuestra, es muy valorado), sin tener mucho que ver con la importancia y
trascendencia proporcional para la población general.
De esta forma,
un científico de la altura de Francisco Mojica, a quien la revista Science
considera que es autor del avance científico de 2015, es absolutamente
desconocido y gana el sueldo de un profesor universitario, mientras que un
corredor de bolsa puede cobrar 2.000 dólares la hora.
Un jugador de
fútbol de primera división no cobra por debajo de 80.000 euros al año. De
hecho, yo he realizado pruebas de esfuerzo a jugadores que ganaban veinte veces
más que yo.
A nivel social,
a estos deportistas se les considera míticos mientras defienden los intereses
del equipo con el que uno se identifica, pero si se les pregunta por su
cerebro, todos interpretan que está al nivel de su cultura general expresada en
las opiniones en ruedas de prensa (recuerdo a Ronaldo, jugador del Real Madrid
en 2002 y su famoso “non sé…”), es decir, bajo mínimos.
También recuerdo
en una reunión en la Academia de Medicina que le comentaba a un compañero
neurocirujano de prestigio, ya jubilado, que los deportistas de élite eran muy
inteligentes y me miró con un cierto ¡Pero qué dice este hombre!
Pues el problema
es que la inteligencia ha pasado de considerarse una cualidad del cerebro en su
conjunto, a una serie de capacidades diferenciadas. Así, se habla de
inteligencia lógica, lingüística, musical, espacial, interpersonal, corporal… Y
no debemos considerarnos los reyes de todas ellas. Un chimpancé nos gana
ampliamente en inteligencia espacial y naturalista, por ejemplo.
Ahora
explican las neurociencias que el puñetazo de una pulgada (popularizado por
Bruce Lee) se basaba en la capacidad del cerebro de integrar la técnica de
golpeo. Ed Roberts, neurocientífico del Imperial College de Londres, demostró
hace un par de años que el músculo no es lo más importante a la hora de desatar
la fuerza del golpe, sino la capacidad de su cerebro para interiorizar la
técnica. Aquellos que eran capaces de sincronizar el golpe con una aceleración
brusca- al estilo de Bruce Lee- eran los que asestaban más fuerza. Para
lograrlo, se necesitaba reiteración y una capacidad genética especial, algo
demostrado por la experiencia de miles de años. El golpe de una pulgada es una
habilidad que utiliza fa jin (algo así como poder explosivo en la práctica del
Taiji un arte marcial milenario) para generar enormes cantidades de fuerza de
impacto a distancias muy cercanas.
Al realizar
este puñetazo de una pulgada el profesional está de pie con el puño muy cerca
del objetivo. Un rápido movimiento de la muñeca produce la fuerza necesaria, la
muñeca es sostenida con los nudillos mirando hacia fuera sobre un eje
horizontal, la muñeca se mueve entonces hacia arriba y se produce un golpe con
los dos nudillos inferiores. Pues bien, lo interesante es que Roberts analizó
la actividad cerebral de voluntarios karatekas y observó que la fuerza y
coordinación estaban relacionados con la actividad del área motora
suplementaria, que coordina los movimientos musculares de nuestras extremidades
y que había sustanciales diferencias en la materia blanca de algunas regiones
del cerebelo.
Las
neurociencias empiezan a explicar la fuerza interna como una habilidad generada
tras miles de repeticiones e instalada en zonas profundas cerebrales que
escapan al control consciente.
¿Qué
caracteriza al jugador de fútbol brasileño surgido de las favelas o al jugador
de NBA que se hizo viviendo en las calles y encestando día a día, hora a hora?
Algo que los preparadores físicos llaman “fundamentos”. Algo que significa
creación de “engramas” motores que hacen innecesario el control cortical.
Nosotros hemos evolucionado durante cientos de miles de años para formar esas
técnicas de caza que nos permitían sobrevivir en un ambiente hostil. Cuanto más
nos acercamos al esfuerzo máximo, más nos aparece el cazador que todos llevamos
dentro y que en la actualidad permanece oculto detrás de cientos de discursos
internos banales, reiterativos e inútiles.
Nuestra
sociedad tiene garrapatas que viven de los demás (y no me refiero solo a
delincuentes, sino a profesionales de la intermediación y especulación), pero
también tiene auténticas puntas de lanza de nuestra cultura. Y en este sentido,
los deportistas no están nada detrás de otros privilegiados por su inteligencia
creativa o artística.
Comentarios