El sedentarismo es incompatible con nuestra especie
Siempre me ha fascinado
la llamada “teoría del todo” en física.
Einstein intentó
durante los años finales de su vida desarrollar una "teoría de campo
unificada" para todas las interacciones físicas, pero no lo consiguió. Sin
embargo, ese era el camino que los físicos actuales siguen al tratar de
introducir la gravedad (la gran rebelde) en la unificación, que han conseguido
ya crear, al describir (al menos teóricamente) la fuerza electro-magneto-fuerte-débil.
Al mismo tiempo,
recuerdo de joven la sensación tan agradable que tenía cuando me enfrentaba a
una integral o un límite complicados y conseguía llegar a la solución en pocos
pasos (solo a veces). Esa forma de resolver el problema en pocos y sencillos
pasos me demostraba, sin más comprobaciones, que estaba bien. Era como si los
problemas, dentro de sus múltiples soluciones, tuvieran una intrínseca y “elegante”.
Ese fue el gran reto de Einstein, que daba por seguro que nuestro universo se
regía por unas pocas ecuaciones simples y “elegantes”
En las ciencias
biológicas, el conocimiento del funcionamiento del cuerpo ha seguido
intrincadísimos pasos y estudios que han llegado a descomponer la medicina en
decenas de especialidades. Sin embargo, siempre me he planteado la aplicación
de una teoría “de unificación”, sencilla y elegante que diera una explicación a
la gran mayoría de padecimientos que sufrimos en este momento.
Un primer paso se dio al
descifrar el genoma, lo que suponía (al menos en teoría) descubrir los genes
defectuosos y avanzar una cura específica para cada enfermedad. Sin embargo,
pronto se destapó la ingenuidad de los primeros momentos y quedó patente que el
criterio inicial conocido de que cada gen codificaba solo una proteína, se
venía abajo al descubrir que, existiendo cientos de miles de proteinas humanas,
solo se observaban unos 25000 genes en el genoma humano, algo casaba muy mal
con la idea de que un gen codifica una sola proteína.
En ese momento, se
abrió una nueva dimensión: Las proteínas, y no el ADN, eran las principales
biomoléculas con funciones estructurales, enzimáticas, metabólicas, reguladoras
y señalizadoras, organizándose en enormes redes funcionales de interacciones.
En definitiva, el proteoma fundamenta la particular morfología y funcionalidad
de cada célula.
Ahora bien, lo que en
principio fue una desmoralizadora complejidad, abrió, a su vez, el conocimiento
a una nueva etapa: Las moléculas señalizadoras y, en este sentido, pronto se
descubrió el inmenso y desconocido papel de los tejidos graso y muscular como
emisores y receptores de señalizadores con una amplia influencia en el conjunto
del organismo al margen de sus propias funciones de reserva energética uno, y
propulsora del movimiento el otro.
Finalmente, los avances
en la comprensión de la microbiota, su diversidad y su importancia capital en
la inmunidad y en el funcionamiento orgánico general, pusieron las últimas
piezas del puzle de una posible teoría integradora de simplicidad y de
elegancia enormes. La teoría de la inflamación de bajo grado
Ahora se abre un abanico
de posibilidades para entender patologías tan diversas como la epilepsia, las
enfermedades autonimunes, la diabetes, cardiopatía isquémica etc etc
Y al aparecer las
proteínas que actúan como señalizadores y son emitidas y recibidas por todos
los tejidos y órganos, se destapó la unificación de todas las teorías. Fue una
proteína cinasa la responsable de abrir las vías de la iluminación, la AMPk, un
señalizador celular de gran alcance, modificadora de una enorme cantidad de
funciones celulares y ligada a la realización de un ejercicio físico de elevada
intensidad y duración.
El ejercicio físico, es
la llave de la teoría de la unificación, así de simple. La llave para entender
como nuestra evolución, ligada a un ejercicio físico muy intenso, hizo
prevalecer los genes que se expresaban mejor en ese medio. El sedentarismo,
unido a otros muchos factores ambientales, nos ha llevado a la expresión de
genes defectuosos y a padecer las pandemias actuales de enfermedades crónicas.
¡Qué elegancia, pero
también qué incomprensión!
No es una molécula
patentable, no es de sencilla aplicación, no se lleva bien con una vida de
trabajo sin apenas movimiento y encima es tan simple, que no sirven de nada las
complejísimas conferencias de sesudos especialistas patrocinados por poderosas
industrias farmacéuticas. Así de simple, así de imposible.
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