Prefiero que me trate un brujo que un robot
En los medios
profesionales y en los de comunicación, hay un debate actual, sobre las
llamadas “medicinas alternativas”. En realidad, se trata de una controversia
muy antigua, que se reaviva en este tiempo de la mano de movimientos extremistas,
como los antivacunas (en mi época de estudiante, eran los testigos de Jehová y
su negativa a ser transfundidos.
En Estados Unidos, la
medicina está en manos, fundamentalmente, privadas y por ello, el debate se
resuelve integrando ambas corrientes, de hecho, en su planteamiento de la
atención sanitaria, puramente comercial, si hay mercado para ambas medicinas,
pues se ofrecen de manera conjunta y punto. Eso ha dado lugar a que, por
ejemplo, haya más de 800 hospitales en EEUU que ofrecen Reiki a sus pacientes y
que los mejores hospitales ofrezcan terapias alternativas como la acupuntura,
la homeopatía, etc.
En nuestro país, estos
tratamientos se refugian en centros concertados, por ejemplo, en el centro de
atención primaria (CAP) Can Bou de Castelldefels (gestionado por el Consorcio
de Castelldefels Agents de Salut) se ofertan terapias como la acupuntura, la
osteopatía o el yoga.
Yo he mantenido siempre
una actitud escéptica, pero integradora ante estas medicinas no científicas,
pensando, siempre, que el efecto placebo hay que defenderlo por su enorme
eficacia y sorprendente realidad.
Pues bien, en este
contexto, escucho hace unos días, una charla en TED de un médico norteamericano
sobre el uso terapéutico de la marihuana, pensando que hablaría de las posibles
aplicaciones de esta planta tan investigada en este momento. Sin embargo, me
llevé una sorpresa ya que la charla, lo que ponía en evidencia no era la acción
de la planta en sí, sino la de los centros de suministro de marihuana medicinal
en California. El gran éxito que obtenían, no venía solo derivado de la propia
planta, sino de algo muy curioso, de la atención individual y personalizada,
del trato y de la propia comunicación con otros pacientes en las salas de
espera.
Los pacientes le comentaban
al médico interesado en esas experiencias, que habían recuperado el “control”
sobre su enfermedad (en muchas ocasiones de extraordinaria gravedad).
En este sentido,
siempre recordaré la frase que me lanzó un médico de las llamadas UVI entonces
(yo era estudiante de medicina), cuando me dijo que al final, el paciente era
el que decidía si vivía o moría (literalmente, me dijo que había pacientes que
se morían, hicieras lo que hicieras…).
¡Control sobre su
enfermedad! ¡Trato individualizado y humano! Menos máquinas, ordenadores,
goteros, escáneres y más entrevistas, preocupación por tus miedos, diálogo vis
a vis etc etc
¿De qué nos sirve una
medicina tan científica si no nos ofrece el ánimo, la esperanza, el contacto
humano?
¿Cómo es posible que un
dispensario de marihuana terapéutica tenga más éxito que un hospital americano
dotado de la última tecnología?
Hace unos días estaba
yo al otro lado de la mesa de la consulta y el médico me comentó (cuando ya
había pasado minutos escribiendo sin mirarme a la cara), que la obligación de
rellenar los formularios al tiempo de comunicarse con el paciente, le generaba
incomodidad. ¡Pues a mí no digamos lo que me generaba!
Un gran profesional,
utilizando los grandes medios de un hospital del máximo nivel… Todo lo
supuestamente ideal… Sin embargo, francamente, hubiera sido preferible una
curandera amable pasando su mano por mis pulmones y dándome conversación y
cercanía de especie. No nos olvidemos de que somos, por encima de todo, un
conjunto de órganos comunicados y gobernados por un cerebro social.
Jamás nos curará un robot
Jamás nos curará un robot
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