Pensando en voz alta...
Leo en las noticias de
hoy, que investigadores valencianos han desarrollado un
Snack que ayuda a reducir riesgos cardiovasculares en niños obesos. Ese Snack
resulta ser un liofilizado de manzana y mandarina en forma de aperitivo.
En
los comentarios al respecto que he leído, hay de todo, desde los que
irónicamente dicen que no ven la ventaja de sustituir manzanas y mandarinas por
Snacks a los que opinan que cualquier mejora tecnológica que permita llevar a
los niños a comer adecuadamente mediante productos similares a los que comen en
forma de golosina, pasando por los que piensan que decir que se combate la
obesidad infantil con Snacks es una frivolidad.
No
voy a entrar en ese debate, pero aprovecho la ocasión de esta noticia para
preguntar en voz alta ¿No piensan los lectores que con tanto descubrimiento
maravilloso que se está produciendo en los últimos años ya debería haberse
resuelto todo?
¿Por
qué pasan años desde las noticias que nos han dado referentes a que se ha
encontrado tal gen que dará lugar al desarrollo de nuevos fármacos para tal
enfermedad y no ocurre nada?
Diariamente
nos bombardean con noticias de grupos de investigadores que han descubierto un
antioxidante, o un alimento con propiedades fabulosas, o una fruta excepcional
etc etc. Hablan de la dieta mediterránea (ya he explicado los orígenes de este
mito en otro capítulo) o del hidroxitirosol del aceite de oliva, o el
resveratrol de la uva, el licopeno del tomate etc.
Cuando
se habló de cada uno al principio, se comentaba como un descubrimiento que,
poco menos, iba a cambiar el mundo. Para los incrédulos pongo algunos mensajes
textuales obtenidos de las hemerotecas (es decir, de Google).
Seguro que después del tiempo transcurrido, deberíamos
tener unos niños sin gastroenteritis, unos varones encantados de no tener
problemas de fertilidad, nada de eczemas ni enfermedad inflamatoria intestinal
y nuestros deportistas ya no tendrían agujetas (dolor muscular).
¿Qué ha pasado? ¿Nos han mentido? ¿Eran solo
exageraciones de periodistas acerca de investigaciones en curso, no
contrastadas ni suficientemente validadas?
Pues de todo hay.
La realidad es que se suman diversos factores:
1) Los investigadores necesitan
recursos para financiar sus estudios y la publicidad, aunque no siempre deseada,
les viene bien.
2) Los periodistas tienden a dramatizar
los resultados evitando las expresiones de los investigadores como: a) Puede
ser eficaz…. b) Se ha demostrado en ratones y ahora hay que aplicarlo en
humanos…. c) Son resultados preliminares… d) Su empleo ayuda a… e) Suplementa
una dieta inadecuada (es decir, que previamente hay que tenerla
desequilibrada).
3) El periodismo científico se resume a
periodismo sobre noticias científicas. No hay criterio técnico, solo intención
de atraer al lector.
4) La industria ha descubierto en los
alimentos funcionales un filón para evitar la competencia, por ejemplo, una
empresa láctea tiene que tener un precio por litro de leche que sea competitivo
en el mercado, pero si le añade un producto que la hace distinta (por ejemplo
un fitosterol) ya no tiene que abaratar precio porque no hay competidor. No es,
por tanto, un criterio que nazca del departamento I+D de la empresa, sino de
Marketing y publicidad.
5) Los grupos de investigadores
pertenecientes a Universidades privadas, están presionados para publicar, pero
no solo en el ámbito científico (revistas especializadas), sino para el gran
público (susceptible de enviar a su hijo a una Universidad que “suena” en los
medios).
6) Etc
Es un poco la herencia norteamericana que ante la
enorme presión competitiva de Universidades, Hospitales etc, insiste a sus
investigadores en que den pistas acerca de resultados, aunque luego respondan a
las expectativas generadas. Un ejemplo claro es el TA 65 del que he hablado y
que se defiende, en España, desde una entidad tan importante como el CNIO (Centro
Nacional de Investigaciones Oncológicas) por una investigadora, brillante por
otra parte, como es María Blasco. Si nos fijamos, es razonable que sea así
puesto que representa, en parte, el criterio en que se basa la empresa de biotecnología
Life Length que creó junto con la Fundación Marcelino Botín y la consultora
Matlin Associates. Los estudios con TA 65 en ratones hacen sospechar que puede
ser una línea de investigación muy interesante en cuanto se despejen dudas
sobre la absorción, acción general celular y posibles efectos secundarios. Pues
bien, una compañía de USA ya lo comercializa y lo defiende como un “producto
final”.
¿Cuál es el problema?
Pues que al final pagan justos por pecadores y crece
el número de escépticos absolutos que niegan cualquier ventaja de cualquier
suplemento. En el caso citado, la poca efectividad que está teniendo el TA 65
hace peligrar la línea de investigación sobre la telomerasa que es, desde mi
punto de vista, de excepcional importancia. En el caso de ácidos grasos Omega3,
la inundación con ésteres etílicos y productos con deficiente fabricación o sin
la suficiente comprobación de biodisponibilidad, hace que se cuestione uno de
los mejores suplementos que existe que es el DHA (un ácido graso Omega3). En el
caso de los antioxidantes, salen voces llamando la atención sobre la necesidad
oxidativa del cuerpo como un procedimiento clave en su defensa, lo que podría
verse gravemente comprometida ante el uso indiscriminado de antioxidantes etc
etc
Volvemos, por tanto, al punto clave, que es el hecho
de que no es que porque haya sol y se consuma leche ya no hace falta tomar
vitamina D, ni tampoco que todo el mundo deba hacerlo, se trata de que alguien
experto, estudie el caso individual y aconseje una cosa o la otra. Exactamente
igual pasa con los antioxidantes, ácidos grasos o cualquier otro nutriente.
Creo que en este mundo de los alimentos funcionales y los nutracéuticos, no
valen los extremismos ni los fundamentalismos (¿valen, por cierto, en alguna
otra faceta humana?).
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