Echando la vista atrás unos años
Hace más de diez años escribí un libro sobre alimentación
que llamé “Alimentación de ayer, de hoy y de mañana”, con la pretensión de
exponer que nuestro pasado evolutivo condicionaba nuestro presente y debía
tenerse en consideración a la hora de plantearse políticas de futuro en la
obtención de alimentos. Tal era así, que pedí a un antropólogo ilustre que me
prologara el libro, en lugar de solicitárselo a un experto en nutrición humana
como era habitual.
Expuse en el libro los argumentos científicos contrastados y
las hipótesis evolucionistas que justificaban la pandemia de sobrepeso,
diabetes II y demás enfermedades inflamatorias que asolan nuestra sociedad de
consumo. Hablé de los ácidos grasos omega3 (en ese momento investigábamos en la
universidad con el DHA), de los carbohidratos simples (a los que achacaba la
resistencia a la insulina), de las grasas “trans” que yo estudié hace más de veinte
años, cuando no sabíamos con exactitud lo que hacían en nuestro organismo
(ahora sabemos que son capaces de inhibir el depósito de DHA en el cerebro del
bebé gestante) etc etc
Empecé a publicar mis comentarios en este blog, al que le
puse el nombre de dieta-paleolítica, en fin, entré como un elefante en una
cacharrería criticando la llamada “dieta mediterránea” por restauradores,
políticos y nutricionistas desinformados. Ha pasado el tiempo, y ya empiezan a
saltar muros y a derribarse mitos trasmitidos sin crítica científica. Asistimos
a la paradoja de que quienes defienden las doctrinas dietéticas del equilibrio
nutricional basado en lácteos a mansalva, cereales y leguminosas, aceites
monoinsaturados etc etc. Son los que fueron alumnos de profesores que, sin embargo,
ahora se vuelven más cautos ante la avalancha de investigaciones que alteran el
paradigma de la dieta sana basada en el zumo de naranja, lácteos y cereales en
el desayuno, puchero a mediodía y más lácteos en la merienda y cenas a base de
verduras y carnes de ave o pescados blancos. Ahora se reivindican las frutas
integrales (uvas negras con piel y semilla, zumo de granada con piel….), las
verduras al vapor (prácticamente sin cocinar), los frutos secos, las carnes y
pescados azules, huevos etc etc, es decir, alimentos muy cercanos a los que
hemos consumido durante cientos de miles de años.
Y, en este contexto, asistimos curiosamente, al fenómeno
inverso. Aparecen los “gurús” puristas de la dieta paleolítica que demonizan
alimentos como los cereales, las leguminosas, lácteos etc porque no eran la
dieta del homo erectus. Alguno ha llegado a intentar polemizar en el blog y me
ha acusado de saltarme “dogmas” de la dieta paleolítica al alertar sobre los
peligros de la dieta baja en carbohidratos, a los practicantes de deportes de
fondo. Es el fenómeno de la onda invertida y es el momento de prepararnos para
afrontarla.
Basémonos de nuevo en la antropología y afrontemos el hecho
de que el homo sapiens -nuestra especie- es un animal generalista, con un tubo
digestivo a medio camino entre el de un carnívoro y el de nuestros antepasados
más remotos que eran frugívoros. Ha conseguido adaptarse a muchísimos alimentos
y es capaz de comer de casi todo. ¿Cómo puede alguien hablar en serio de
eliminar la leche de vaca de nuestra dieta cuando hay poblaciones que nos
demuestran, epidemiológicamente, que se puede vivir con salud con una dieta
mayoritariamente basada en lácteos? ¿Cómo se puede desterrar todos los cereales
basándonos en la intolerancia al glúten de una parte pequeña de la población?
Cualquier dieta rígida basada en criterios filosóficos,
antropológicos, religiosos, y demás “osos” está abocada al fracaso. Las modas
pasan, cambian, solo es cuestión de tiempo. Mientras tanto, miles de “devotos” consumen
propaganda en internet sobre todo tipo de acciones milagrosas de tal o cual
alimento, de tal o cual dieta. Es así que se venden libros, se montan negocios
y se ponen en marcha restaurantes basándose en el eslogan de turno. Ahora
estamos en la explosión de la dieta paleolítica y es el momento de que los que
hemos defendido la base antropológica de cambios en nuestros paradigmas en la
alimentación, alcemos la voz para alertar sobre esta nueva moda. Cuidado con
trasladar estrictamente lo que comíamos hace miles de años a la situación
actual porque hay un hecho básico y trascendental; hace miles de años nuestro
día a día era una actividad física inaudita para nuestro concepto actual. Se
piensa que un homínido de hace cien mil años podía andar (y correr en
determinados momentos) más de cuarenta kilómetros diarios.
Así que al igual que a los defensores de la “dieta
mediterránea” les alerté en su momento de que en Córcega, cuando el fisiólogo
estadounidense Ancel Keys después de revisar los estudios que realizó Leland
Allbaugh a finales de 1948, lanzó la teoría de la “mediterranean way”, había
hambre de postguerra (es decir dietas hipocalóricas) y alta actividad física
(pescadores, agricultores..). Pues bien, del mismo modo les digo a todos los
que siguen la dieta paleolítica, que si no realizan esa actividad física tan
intensa y si los alimentos no tienen las características de aquéllos a los que
habituamos nuestro metabolismo, pueden tener problemas. Voy a poner un ejemplo:
imaginen que les aconsejan uvas y bayas como fruta y ustedes toman la uva de la
frutería ¿alguien les ha comentado que los cazadores y recolectores de hace
diez mil años tomaban frutas comiéndose la piel y masticando las semillas? Han
pasado muchas generaciones de agricultores que han amoldado las características
de las cosechas a uvas más carnosas, con más fructosa, piel menos dura y, finalmente
sin semillas ¿pueden decirme donde están los polifenoles (antioxidantes) en la
uva que tomamos ahora?
De todas formas, si el cambio de dieta ha producido una
mejoría en su estado general o en algún padecimiento personal, es posible
seguir la dieta paleolítica con un margen de seguridad muy alto, basta con
aceptar los conocimientos actuales y utilizar la tecnología. La tienda www.europa21.es tiene el ácido omega3 más
importante y en la forma más biodisponible, antioxidantes procedentes de semillas
de uva, alcalinizantes y proteínas exentas de grasa, así como probióticos y
minerales deficitarios en nuestra dieta actual.
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