Alimentos funcionales



Los alimentos funcionales emergieron con un propósito muy loable, eliminar nutrientes no deseados e incorporar otros deficitarios en nuestra dieta.

La idea era muy interesante y provenía de los llamados alimentos mejorados o fortificados, muy útiles para añadir vitaminas o minerales. De esta manera se reemplazaban algunos nutrientes perdidos durante el procesado y posterior almacenamiento -por ejemplo- a la harina de trigo se le añade hierro y varios tipos de vitaminas del complejo B al final del su procesado, en una operación que se llama restauración.

Las empresas de lácteos modificaron su oferta añadiendo, inicialmente, leche sin grasa (en distintos porcentajes), para posteriormente, cambiarlas por otro tipo de grasas vegetales, fibra y otros productos de fuerte tirón comercial como esteroles, probióticos, etc Cada una de estas ofertas se sustentaba en un criterio saludable que se solía apoyar en algún estudio realizado en una universidad o centro de investigación. Mi equipo investigó, por este concepto, para empresas como Central Lechera Asturiana, Gallina Blanca, Santiveri y laboratorios como Casen, Phergal, Brudy, Nutrafur y otros.


De esta forma, el mercado se llenó de productos como leches con fibra, galletas con omega3, margarinas con esteroles, huevos con omega3 y decenas de alimentos modificados. 


Se imponía una regulación que en Europa llevó a cabo FUFOSE (Functional Food Science in Europe) cuyo objetivo era desarrollar y establecer un único enfoque científico acerca de las pruebas necesarias en el apoyo de productos alimenticios que pudieran tener un efecto beneficioso sobre la salud. Posteriormente, se diseñaron las “alegaciones de salud”, que entraron en vigor en los Estados miembros de la UE a partir del 1 de Julio de 2007, siendo uno de sus objetivos, garantizar un alto nivel de protección al consumidor contra las alegaciones en alimentos que sean exageradas o falsas o no tengan fundamento. 


Todo transcurrió de forma adecuada en sus comienzos, pero poco a poco se ha pervertido hasta llegar al extremo de encontrar decenas de alimentos en las estanterías de los supermercados con múltiples reclamos alegando el beneficio de una leche sobre otra, de un yogur sobre el vecino etc etc. La situación es sumamente chocante, ya que el consumidor carece del juicio crítico necesario para comprender los términos en los que se le habla, y no piensen que es un tema de cultura general, es mucho más complejo. Voy a ponerles un ejemplo.


Se habla de la margarina con esteroles añadidos para disminuir la absorción del colesterol de los alimentos, pero para comprender la importancia, o no, de este añadido, hay que comprender, casi a nivel de especialista la fisiopatología de la arteriosclerosis y las circunstancias individuales del consumidor. Con el estado actual del conocimiento científico, es muchísimo más importante evitar el sedentarismo y el desequilibrio entre grasas n6/n3 que la ingesta de colesterol, por lo es muy probable que el efecto real sea casi nulo.

Otro factor añadido y que aún no se ha estudiado adecuadamente es el hecho de que, en el momento que se añade un nutriente o un producto no nutriente pero con efectos biológicos positivos, en un medio que no es el suyo normal, no sabemos su nivel de absorción ni de interacción con el resto, de hecho, al 100% son pocos los nutrientes que se absorben.


Y si faltaba algo por oscurecer el tema, la industria ha entrado en la competencia de los precios adquiriendo el compuesto más barato en el mercado para añadir el nutriente, por ejemplo, se prescinde de lípidos estructurados (de mayor absorción) y se recurre a ésteres etílicos mucho más baratos (en los ácidos grasos omega3).


Como conclusión, les pongo mi criterio personal. Tras un período de esperanza y alto consumo de estos productos, he pasado al escepticismo total y a aprovechar el menor precio de los alimentos sin modificar.

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